Durante esta semana, he tenido el privilegio de acompañar a una pareja de padres primerizos. La sesión que tuvimos era sobre los primeros cuidados del bebé. Al empezar, compartían conmigo sus dudas, miedos, certezas... y como nos ha pasado a otros (me incluyo en ese grupo), nunca habían tenido a un bebé en brazos.
En este sociedad en la que vivimos, no tenemos niños cerca, ni madres. No sabemos lo que es la tribu porque estamos cada uno en nuestra casa, nuestro trabajo, nuestras necesidades, nuestro mundo.
Nos alejamos de aquellas realidades que nos recuerdan que somos humanos. El nacimiento de un bebé es una de estas realidades. No es frecuente y cuando ocurre, se magnifica de tal manera que nos encontramos con muchas madres que se sienten como la primera y la última madre que hay sobre la faz de la tierra.
Nos alejamos de aquellas realidades que nos recuerdan que somos humanos. El nacimiento de un bebé es una de estas realidades. No es frecuente y cuando ocurre, se magnifica de tal manera que nos encontramos con muchas madres que se sienten como la primera y la última madre que hay sobre la faz de la tierra.
Estamos desconectados de las experiencias que nos recuerdan nuestra esencia más humana, de la maternidad, de la paternidad... y nuestra referencia a la hora de enfrentar de forma adulta esta realidad suele ser la de nuestros padres, que hicieron lo que en ese momento era lo mejor para nosotros, o, aunque nos cueste reconocerlo, la cantidad de publicidad que utiliza a los bebés como forma de tocarnos el corazón y construir un mundo de necesidades consumistas completamente innecesarias.
Necesitamos guías que nos recuerden que somos humanos y que el nacimiento de una nueva vida entra dentro de nuestra humanidad. Guías que nos informen, nos pregunten, se inquieten con nosotros. Guías que ofrezcan sentido común y realismo. Guías que respeten las decisiones de los padres entorno al nacimiento y la crianza de su bebé.
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